Son muchas las empresas y organizaciones en España que implementan medidas para gestionar la diversidad. Sin embargo, aún son pocas las que han decidido planificar estas medidas o acciones inclusivas, haciéndolas formar parte de un proyecto más amplio, con un propósito y unas pautas definidas
Es frecuente encontrar empresas y organizaciones que, a pesar de desarrollar acciones muy interesantes, útiles y hasta novedosas, desconocen que con ellas están gestionando su diversidad. Quizás no sepan que estas acciones favorecen la inclusión de las personas que forman parte o se relacionan con la entidad, contribuyendo a generar valor a partir de las diferencias y las similitudes. Son muy variadas las medidas de gestión de la diversidad que las empresas y organizaciones llevan a cabo, se definan o no como tales. Existen acciones inclusivas para casi todos los gustos y necesidades. Estas acciones actúan sobre diferentes niveles de la actividad o de la estructura organizacional, tienen distintos propósitos y resultados, hay acciones innovadoras frente a otras más tradicionales, complejas o muy sencillas, extrapolables a otros ámbitos profesionales o intransferibles, etc. Muchas de las medidas de este variado catálogo pueden ser definidas como buenas prácticas de gestión de la diversidad.
Una buena práctica, inclusiva o de cualquier otro tipo, ha de ser demostrable. Es decir, su eficacia debe estar contrastada a través de su repetición exitosa con obtención de resultados positivos. Entendemos que un resultado positivo es aquel que sirve para alcanzar los objetivos marcados, generando un margen de eficiencia: consecución de valor añadido a partir de la relación entre los logros y los costes de su implementación. Esta buena práctica se convierte en un activo importante para la gestión de la diversidad si, además de poder demostrarse su eficacia, es transferible a otros modelos de actividad, a otras empresas o a otros ámbitos dentro de la propia empresa u organización. Otros factores que sirven para calibrar el valor de una buena práctica inclusiva son su nivel de normalización (interiorización de su ejecución por parte de las personas que la llevan a cabo); sus posibilidades de ser medida, evaluada y rectificada si fuese preciso; su coherencia con la cultura (misión, visión y valores) de la organización o empresa; o su grado de sostenibilidad, no solo económica, sino también medioambiental y social.
La suma de buenas prácticas no da como resultado un plan para gestionar la diversidad, pero sí suponen un buen punto de partida para pasar a la acción. Quienes apuestan por desplegar un plan de gestión de la diversidad tienen ante sí la posibilidad de recuperar todas las prácticas inclusivas que ya desarrollan y sumarles aquellas que diseñen ex profeso, además de las que logren importar de otras empresas u organizaciones, aplicándoles, en su caso, las pertinentes adaptaciones. El plan de gestión de la diversidad se nutrirá de estas buenas prácticas, ordenándolas, conectándolas, otorgándoles una finalidad mayor al servicio de la estrategia global de la entidad.
Desde que el Proyecto Sensibiliza comenzase a desarrollarse, en 2008, hemos conferido gran relevancia a las buenas prácticas de gestión de la diversidad que las empresas y organizaciones llevan a cabo. Disponemos de dos publicaciones específicas de buenas prácticas: Best Practice: recopilación de las buenas prácticas en gestión de la diversidad en los entornos laborales en España (2018)https://indicediversidad.org/wp-content/uploads/2018/11/Best-Practice-Red-Acoge.pdf y Experiencias empresariales en gestión de la diversidad(2010), además de la recogida de buenas prácticas inclusivas en los informes de algunas ediciones del Índice D&I. A su vez, ponemos a disposición de las empresas y organizaciones una excelente plataforma para compartir experiencias exitosas de gestión de la diversidad, a través de su pertenencia a la RED+D.